"No se trata de tu hija muerta. Se trata de las tres que siguen vivas"
La décima película de Nicolas Winding Refn, conocido
principalmente por su anterior filme “Drive”, es una historia de venganza,
familias y que tiene mucha, mucha sangre. Aquellos que esperen una continuación
de “Drive” se van a llevar un buen chasco, porque la historia aquí contada sólo
tiene un punto en común con la anterior: el hierático protagonista Ryan
Gosling.
Porque si hay algo que la película tiene, y bastante, es
violencia. Violencia explícita que se personifica en el papel del policía Chang,
poseedor de una katana de la que no duda en hacer uso cada vez que tiene que acabar
con la vida de alguien, aunque también le echa imaginación a la hora de torturar,
como se demuestra en una de las escenas que tiene lugar en un peculiar bar y
con varias chicas presentes aunque con los ojos cerrados.
La película se recrea en demasía en una preciosa fotografía,
pero lo malo es que parece que no tiene nada que contar. Winding Refn parece
apoyarse demasiado en esta herramienta intentando compensar la falta de
desarrollo argumental. No digo que el director sea malo, porque aparte del trabajo que
aquí realiza, también están sus trabajos en “Drive” o en la inédita “Bronson”, que atestiguan que el director tiene talento y conoce muy bien su oficio, y que son películas en las que sí había un guión que servía de soporte para la sinfonía
visual de la que hacía gala el director danés.
Me alegra también que la violencia se trate de forma sucia y
dura, aunque para ello abuse demasiado del gore, quedando alguna escena, como
la antes comentada que sucede en el bar, en la que cuesta mantener los ojos
frente a la pantalla.
En cuanto a los actores, el protagonismo se lo dividen el
popular Ryan Gosling, llevando hasta el límite la economía gestual y vocal
mostrada en “Drive”, con un personaje con evidente traumas infantiles y una
peculiar relación con su madre; y el actor que encarna a su némesis, Vithaya
Pansringarm, haciendo de un “ángel de la venganza” como se menciona en la
película, que no dejará títere con cabeza haciendo frente a los enemigos que le
acechan. Como madre de Julian está Kristin Scott Thomas, componiendo un
personaje cruel, herido y a la vez con mucha elegancia, pero con el que lo más prudente es mantenerse alejado.
La película, a pesar de que dura menos de hora y media, se
resiente y parece estirada para poder llegar a la longitud media de un
largometraje. Mientras la veía, sentía que los preciosos planos que conforman
la película deberían formar parte de una exposición fotográfica, y no de una
obra cinematográfica que, en mi opinión, carece de ritmo y puede llegar a aburrir en algunos momentos. Por otro lado, sin esas escenas que parecen tan fuera de
contexto, como el karaoke o las secuencias finales, “Sólo Dios perdona” no despertaría
las pasiones y odios que sólo cintas de este calibre pueden conseguir.
Lo mejor que se puede hacer es ir a verla y formarse una opinión
propia, porque de lo que estoy seguro es que, más para bien que para mal, no dejará
indiferente a nadie, cosa que en un panorama en el que se busca la conformidad de
todo el mundo, es de agradecer.
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