"Los hijos de puta gobiernan el mundo."
La estupenda y concisa frase que encabeza esta entrada sale
de la boca de uno de los también estupendos personajes que habitan “Relatos
salvajes”, película que se estrenó en nuestras carteleras hace varias semanas, último
éxito del cine argentino que arrasa por la taquilla del país en el que se
estrene. Aquí mismo, tras dos semanas en cartel, lleva ya recaudados más de un
millón de euros, a lo que ayudó la reciente celebración de la fiesta del cine.
Además, la crítica la ha aupado desde que se estrenó en el Festival de Cannes, y ya ha sido seleccionada para representar a Argentina como precandidata a los
Premios Oscar y a los Premios Goya del año próximo. De aquí que surja la
inevitable pregunta: ¿es para tanto “Relatos salvajes”?
Mi respuesta es que sí, aunque eso, como todas las cosas de la vida, va según los
gustos de cada uno, pero la película que nos ofrece Damián Szifrón es de las
que te dejan con una sonrisa que inunda el rostro desde que empieza hasta que
termina, y también tiempo después de haber salido de la sala de cine. ¿Y cómo
lo consigue? Pues resumiendo entre todos los aciertos que tiene, que son unos
cuantos, la grandeza del film es provocar una sacudida liberadora en quien la
está viendo. ¿Quién no se siente identificado con el personaje de
Sbaraglia, cuando se encuentra a uno de esos maulas que inundan nuestras
carreteras (y las de Argentina también)? ¿Quién no se ha sentido como el personaje
de Darín, enfrentado a la burocracia de un sistema de funcionariado público que en vez de buscar
soluciones y facilitar la vida del ciudadano medio, parece empeñado en
fastidiarle y hacerle sentir culpable? ¿Cómo no entender a esa novia a la que
se le viene el mundo encima cuando se entera, el mismo día de su boda, de que
su marido le pone los cuernos?
Szifrón aúna en seis breves, intensísimas y desternillantes
historias el placer que provoca rebelarse contra el orden establecido y contra las
expectativas construidas respecto a la ciudadanía civilizada, haciéndolo saltar
por los aires como si del mismo Joker de Nolan se tratara, aunque a una escala
mucho más pequeña. Para ello, el director comprime en un largo seis relatos que podrían dar
perfectamente para sendas películas independientes, explicitando su carga
crítica y reduciendo todo a los factores potenciales de cada historia para
exprimirlos al máximo.
Otro acierto enorme que surge de haber contraído un riesgo también
bastante grande, es el alto nivel que se mantienen a lo largo de los distintos
episodios. Las películas de este tipo, que se dividen en varios fragmentos
independientes, tienen un peligro inherente y no es otro que la dificultad de
mantener el mismo nivel en cada uno de ellos. Por eso, en cualquier película de
episodios digna de mencionar (ahora me viene a la cabeza “Four Rooms” o "Truco o trato") casi
siempre ocurre que algunos capítulos son brillantes mientras que otros son poco
menos que rutinarios. Aquí no se da el caso, ya que todos los
capítulos poseen un nivel que es, como mínimo, notable.
Aquí destacar secuencias es más difícil puesto que cada historia
es tan breve como brillante, por lo que cuesta aislar algún momento aislado. Pero
ahí están momentazos como la consciencia de la coincidencia en “Pasternak”,
todos los motivos para matar que da la cocinera en “Las ratas”, la brutal pelea
de “El más fuerte”, el momento twitter de “Bombita”, la discusión por el
reparto monetario en “La propuesta”, los
primeros minutos de “Hasta que la muerte nos separe” con el “Titanium” de Sia
sonando a todo volumen, o cuando Romina, la protagonista de esta historia, da
rienda suelta a su justificada locura en. Las referencias a otros clásicos como
“El diablo sobre ruedas” y “Un día de furia” son inevitables, e incluso a “Rec
3”, puesto que la boda que culmina la película nos hace recordar al terrible y
sangriento enlace que protagonizaron Leticia Dolera y Diego Martín en la infravalorada
película de Paco Plaza.
El reparto de la película reúne a lo mejor del cine
argentino, y del cine actual también, siendo los rostros más conocidos Ricardo
Darín y Leonardo Sbaraglia. Son los que más fama tienen en España (Darín es
uno de los actores más grandes y completos que existe) ya que también han hecho su
incursión en el cine patrio. Los personajes de ambos empiezan como víctima,
pero subvierten su rol hasta convertirlos en la propia amenaza a la que es
probable mejor no enfadar, aunque cuando sus adversarios se den cuenta de esto
será demasiado tarde. Darío Grandinetti también se luce con el crítico musical
que vuela a bordo del avión de la historia inicial. En cuanto a ellas, Rita
Cortese borda su negrísimo papel de cocinera homicida, instruyendo a su joven
ayudante respecto al odioso cliente que acaba de entrar a su bar, y Érica Rivas
como la adorable y loca Romina, la novia más divertida que hemos visto últimamente
en el cine.
Damián Szifrón, creador de la serie “Los Simuladores”, da un
paso de gigante con su tercer largometraje, ya que a partir de ahora su nombre
será muy conocido y tenido en cuenta. Tanto en la faceta de director como en la
de guionista, hace gala de un control absoluto para, irónicamente, contar seis
historias donde el caos impera y brota por los poros de su personajes. Ojalá tenga
algunos otros relatos guardados y nos los muestre en un segundo volumen. Además,
el ritmo que otorga hace que la película se pase en un suspiro y nos deje con
ganas de más.
En resumen, aprovechad para ver las dos horas más salvajes y
cómicas que podéis encontrar en la cartelera, y que sirven de cierto desahogo
liberación, ya que puede que sea verdad
que los hijos de puta gobiernen el mundo, pero los protagonistas de estas
historias harán lo posible para que no les sea tan sencillo.
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