"Si pierdes tu propósito es como si estuvieses roto".
"La invención de Hugo" es la penúltima película de Martin
Scorsese, que ahora tiene en cartelera la impresionante “El Lobo de Wall Street”, y podría decirse, que es la primera vez que el genio italoamericano
nos cuenta una historia para todos los públicos, un sentido
homenaje al cine. Personalmente, tengo que decir que a pesar de que es uno de
mis directores favoritos, en esta ocasión no me llegó en ningún momento la
historia que estaba contando.
"La invención de Hugo" cuenta la historia del niño del título,
un chaval huérfano de 12 años que malvive en una estación de trenes de París.
Es el encargado, a pesar de que no lo sepa nadie, de poner en funcionamiento
los relojes de dicha terminal. En el mismo sitio hay un anciano, propietario de
una tienda de juguetes, de la que Hugo roba para acabar un invento que dejó a medias
su fallecido padre. Cuando el anciano le pilla, Hugo se verá inmerso en una
aventura para intentar cambiar su aparentemente aciago destino.
La película se recrea en exceso en su virtuosismo visual,
pues tampoco olvidemos que fue rodada en el formato 3D. Ésta fue una de las
cosas que me sacó de la película: no tuve en ningún momento la impresión de
estar en los años 30. A pesar de la cuidada ambientación, decoración y vestuarios,
se intuye demasiado moderna y en
ocasiones, demasiado artificial, con el consecuente efecto de no entrar en la
película.
En el aspecto argumental, la película tarda bastante en
arrancar y se prolonga hasta las dos horas una historia que podría haberse
contado perfectamente en 90 minutos. Personajes como el Inspector Gustav, si
bien individualmente es de lo mejor de la película, no aporta nada a la
historia de Hugo y el empeño de terminar el legado de su padre. Sirve como
contrapunto cómico, pero parece que sólo está ahí para rellenar metraje.
También tengo que decir que tiene cosas buenas, pero que no
compensan las carencias del filme. La película se beneficia de tener a un
director que ama el cine, como demuestran, y no sólo sus películas, sus
actos para preservar películas muy olvidadas en el colectivo popular. Y es
ese amor incondicional de Scorsese al cine lo que hace que nos emocionemos
cuando nos cuenta la historia del misterioso pasado de George, o cada vez que
se recrea la concepción de las películas de Mélies antes de la guerra, con su
locura, su alegría y su desbordante vitalidad.
Respecto a los intérpretes, el encargado de dar vida al
protagonista Hugo Cabret es Asa Butterfield, quien debutó y se hizo famoso con
la adaptación de “El niño con el pijama de rayas”. Si en dicha película su
ingenuidad y espontaneidad hacia que se ganara la simpatía de los espectadores,
en la presente no aparece nada de eso, y se nos hace muy cargante. El chaval
parece que sólo sabe poner dos caras: llorar y abrir mucho los ojos, y así no
despiertas ternura, sino todo lo contrario. Por suerte, el resto del reparto clava sus papeles,
empezando por la compañera de correrías de Hugo, una gran Chloë Grace Moretz
que vuelve a hacer de la naturalidad la marca de su estilo, y que se merienda a
Butterfield cada vez que le acompaña. Sacha Baron Cohen encarna al personaje cómico del Inspector Gustav. Como George se encuentra un gruñón y a
veces sobreactuado Ben Kingsley, y en muy breves papeles unos correctos Jude
Law y Christopher Lee.
Detrás de las cámaras se encuentra Martin Scorsese, haciendo
un correcto trabajo que le hizo merecedor de un Globo de Oro, y en el que se
nota que está tremendamente involucrado y enamorado de lo que cuenta; sin embargo, para mi
desgracia, esa pasión no se contagió, y eso que servidor también ama el cine. Me
quedo con la declaración de amor al séptimo arte de “The Artist”.
Por último, recomendar esta película a aquellos que tachan a
Scorsese de hacer un uso excesivo de la violencia y que dicen que sólo sabe
hacer historias de mafiosos. Yo no digo que no sepa, pero es que esta película no me convenció en ningún momento.
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