lunes, 17 de febrero de 2014

"El luchador", la pasión y redención de Mickey Rourke




"El único sitio donde me hacen daño es ahí fuera."

“El luchador” es la cuarta película del director Darren Aronosfsky, y podríamos decir la más convencional de todas, siendo paradójico ya que en su filmografía eso sería lo más raro. Ganadora del Oso de Oro en Berlín, la película es básicamente su personaje principal, Randy Robinson, un veterano luchador de wrestling en sus horas más bajas quien, tras sufrir un infarto, buscará recomponer su vida e intentar redimirse de todos sus malos actos pasados.

La película es famosa por ser la resurrección de Mickey Rourke, actor de moda en los 80, pero que en los 90 decidió dedicarse al boxeo, dejando en un muy segundo plano la actuación y tirando casi todo el prestigio ganado en el cine. Tras dejarlo al cabo de cuatro años por consejo médico y múltiples cirugías que le deformaron el rostro, Rourke intentó volver a ocupar el sitio que había dejado en el cine, pero era alguien ya casi olvidado y al que le costó prácticamente 15 años, con su personaje de “El luchador”, ganarse el respeto de todo el mundo. Es inevitable ver muchos paralelismos entre Randy y Rourke, y en esta película ambos comparten el mismo objetivo: la redención.

Randy, el protagonista de la película, es un pez fuera del agua. Eso se intuye desde el principio. Alguien que fue una gloria en los 80 pero que ahora malvive de combates de tercera categoría, en los que el físico se resiente del esfuerzo o maltrato, según se mire, al que le ha sometido. Tras uno de esos combates, Randy sufre un infarto y los médicos le dicen que si no se retira, morirá. Randy aprovechará esa circunstancia para reentablar la relación con una hija que le odia, y con una bailarina de striptease a la que acude regularmente para pedir consejo y algún que otro baile.


La película es Randy y nada más que él. Le seguimos a lo largo de todo el tiempo que transcurre en la película, llegando hasta la extenuación en esos interminables planos en los que la cámara sigue su espalda de una estancia a otra. Si buscas una historia con grandes acontecimientos o con buen número de personajes, aquí no lo vas a encontrar. De hecho, la película no es que haga grandes avances, en términos narrativos podría decirse que es muy estática. Es verdad que en la película se habla de una relación con su hija, pero ésta ocupa muy tiempo en pantalla y no se resuelve muy bien. No se nos cuenta porque se distanciaron estos dos personajes, pero tampoco se desarrolla muy bien su reencuentro, y de la forma de resolverse podríamos decir que no está conseguida: todo parece demasiado precipitado.

También hay que decir que a pesar de, como he comentado antes, que es la cinta más convencional de su director, no deja de lado el sufrimiento y pesimismo que suelen desprender sus largometrajes. Aronofski a veces parece recrearse en la difícil vida de Randy. Hay que destacar la explicitud de las luchas en las que participa Randy, si bien sabemos que esto es una película, a veces nos cuesta discernir que es verdad y que no. Como curiosidad, el corte que se hace en la frente Rourke fue ocurrencia suya, y no hay truco ninguno: se cortó de verdad. Incluso el personaje de Marisa Tomei le compara con “La pasión de Cristo”. Desde luego, aquí Rourke se lleva todo tipo de ostias, de las que se ven y de las que duelen por dentro.

Respecto al reparto, Rourke es el que domina. Con un personaje que le viene como anillo al dedo, el actor hace un espectacular trabajo de contención en el que se aleja de los papeles que le hicieron famoso, y nos presenta a alguien tierno, duro, y que puede caer bien o no caer, es decir, alguien de verdad, de carne y huesos (rotos). Se llevó un montón de premios y estuvo a punto de ganar el oscar, que fue a parar a Sean Penn por su trabajo en “Mi nombre es Harvey Milk”. Él es lo mejor de la película, y si merece la pena verla es para admirar su esforzado trabajo. A Rourke le acompañan la despampanante Marisa Tomei y Evan Rachel Wood en un papel demasiado breve y el peor compuesto de todos.


Darren Aronosfski es el encargado de la puesta en escena, y deja atrás la locura y pirotecnia visual de la que hacía gala en sus dos primeros trabajos, no arriesgando y dejando todo al servicio de Mickey Rourke.  Habiendo visto “Réquiem por un sueño” y “Cisne negro”, este me parece su filme más flojo. Por otro lado, el guión de Robert D. Siegel supuestamente es original, pero si me dicen que está basado en la vida de Rourke yo me lo creo. Hasta la inclusión del tema “Sweet child o’ mine”, la canción que suena cuando Randy sale a luchar, es la misma que utilizaba Rourke cuando salía a sus combates de boxeo.

Si queréis ver una de las historias de redención más duras que se hayan hecho, poneos “EL luchador”, y no me refiero sólo a Randy, sino también al pletórico Mickey Rourke. Eso sí, como suele ser típico de Aronofski, no esperéis la típica historia hollywoodiense. A pesar de que vemos un montón de golpes sobre el curtido rostro de Mickey Rourke, el último mazazo nos lo llevamos nosotros.

No hay comentarios:

Publicar un comentario